lunes, 7 de julio de 2014

UN ISLOTE DE PAZ

Miguel Ángel Pérez García

La reunión del Concejo concluyó tentando a la medianoche, pero con una decisión tomada. Con las primeras luces del nuevo día todos los vecinos se levantaron y ocuparon sus puestos. Los ancianos fueron a cuidar a los más pequeños, los adolescentes quedaron al cargo de la comida y cada hombre y mujer en edad de trabajar se dirigió a la linde el pueblo. Allí comenzaron a cavar y cavar tal como estaba planeado, guardando la mitad de la tierra para sí y lanzando el resto fuera de su término. Cavaban de sol a luna y descansaban lo justo. Fueron dejando únicamente una lengua de tierra a modo de puente. Cavaron tan hondo que finalmente emergió el mar por la brecha abierta. Entonces, el Presidente del Concejo cavó con rabia, jaleado por los vecinos, hasta eliminar la lengua que los unía a tierra firme.

Ahora su aldea surca el mar a la deriva, pero ya nadie les va a decir que deben hacer o pensar, ni en uno ni en otro sentido, tal como decidieron ellos. 

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