Miguel
Ángel Pérez García
La
reunión del Concejo concluyó tentando a la medianoche, pero con una
decisión tomada. Con las primeras luces del nuevo día todos los
vecinos se levantaron y ocuparon sus puestos. Los ancianos fueron a
cuidar a los más pequeños, los adolescentes quedaron al cargo de la
comida y cada hombre y mujer en edad de trabajar se dirigió a la
linde el pueblo. Allí comenzaron a cavar y cavar tal como estaba
planeado,
guardando la mitad de la tierra para sí y lanzando el resto fuera de
su término. Cavaban de sol a luna y descansaban lo justo. Fueron
dejando únicamente una lengua de tierra a modo de puente. Cavaron
tan hondo que finalmente emergió el mar por la brecha abierta.
Entonces, el Presidente del Concejo cavó con rabia, jaleado por los
vecinos, hasta eliminar la lengua que los unía a tierra firme.
Ahora su
aldea surca el mar a la deriva, pero ya nadie les va a decir que
deben hacer o pensar, ni en uno ni en otro sentido, tal como
decidieron ellos.
Todo un inesperado honor. Muchas gracias al jurado.
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