Miguel
Jiménez Salvador
Han de saber Vuestras Mercedes
que, el que será el más ilustre hijo de esta orilla del Tormes,
regresó a la que fuera su casa, con aspecto de llevar bastante
adelantados los trámites para su tránsito al reino del Altísimo.
Tanto así que sus vecinos, tras una semana de no volver a saber de
él, acudieron a la iglesia. El tañido de la campana convocó al
Concejo. Se presentaron todas sus gentes, como les era ordenado, a
excepción del buen Lázaro, claro. Tras largas horas de discusión,
ya bien entrada la noche, diéronlo por traspasado y sabiéndolo
solo, le organizaron un sentido velorio. Y hete aquí que en medio de
la emotiva procesión apareciose el finado tan pancho, arrebatando de
sus perplejos paisanos, tal exclamación:
—¡Anda! Pero, ¿tú no estabas
muerto?
Un profeta que acertó a pasar por
allá, al conocer los detalles de la noticia, fue y escribió cuatro
evangelios. Otro, una rumba.
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