jueves, 4 de julio de 2013

Relato nº 67



Filandón

Afortunadamente la tempestad se había detenido y el viento ya no azotaba furioso los postigos del ventanal. En el regazo acogedor de aquella cocina que no era sino el corazón del hogar, varios rostros se iluminaban entre destellos rojos y anaranjados en torno al fuego del brasero. La dama enlutada, doña Emilia, mascullaba lamentos por la ausencia de cuantos ya no estaban presentes en aquellas reuniones. El hueco más grande lo había dejado su difunto marido. Le llamaban Severino el Cojo. En su juventud, mientras pastoreaba el rebaño, fue atacado por lobos. La pierna que le arrancaron las bestias acabó reemplazada por un bastón de madera. Pero aquel trágico episodio no dejó mella en su bondadoso espíritu. Disfrutaba apasionado de las chanzas, de las manos hábiles de las señoras con el hilo, la talla masculina de la madera y la sensación de abrigo al calor de las palabras. Pero todo eso había terminado. Todo tiene un final. Igual que aquel encuentro, que concluyó cuando se silenciaron las buenas historias. Los primeros hombres se irguieron satisfechos, se abrigaron y abandonaron el bochorno de la estancia para empujar el portón de la entrada. El ambiente glacial arañó los rostros adormilados mientras la quietud gobernaba las calles. A sus pies, una espesa nevada ocultaba la tierra. Y algo más. Alguien había estado escuchando. Unas huellas en la nieve se alejaban desde la puerta. Señales de una bota derecha y de un bastón. Asustados entraron de nuevo. La velada no había terminado.

Autor: Cristian Martín Ríos (Castellón de la Plana)


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