jueves, 4 de julio de 2013

Relato nº 35



El sueño de Adela

Las hojas de los árboles se mecían con la fuerza singular del viento, tratando de permanecer atadas a esas ramas que las vieron despuntar. El ruido era ensordecedor y resultaba harto complicado avanzar a pie por aquel pasillo de naturaleza que flanqueaba la enorme casa de Adela.
Su madre la esperaba alrededor de la lumbre, al igual que las otras tres mujeres que hilaban a su lado, ajenas al frío que aún invadía el cuerpo de la niña. El olor de la lana era singular, al igual que la sutileza con la cual las mujeres la trataban. Adela asió un trozo de pan y se sentó en un oscuro taburete, teñido por el paso del tiempo y el calor de las llamas. Observaba con curiosidad las manos que lograban transformar la salvaje lana, en hebras tan finas y delicadas que hacían volar su imaginación. Miró las suyas, dudando de que alguna vez alcanzaran el tamaño necesario para poder hilar. Y aunque ella pensaba que nadie reparaba en sus pensamientos, los ojos de su madre veían más allá. Así que, sin dejar de conversar con sus vecinas, hizo un gesto de cabeza que su hija comprendió sin demora alguna. Adela dejó el pan, se levantó y se acercó a su madre a la espera de su próxima premisa. Pero para su sorpresa, la sentó en su regazo, asió sus manos y por primera vez, Adela sintió la magia de su tacto bajo sus aún diminutos dedos.


Autora: Silvia Ares Álvarez-Ron (Huesca)

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