El sueño de Adela
Las hojas de los
árboles se mecían con la fuerza singular del viento, tratando de
permanecer atadas a esas ramas que las vieron despuntar. El ruido era
ensordecedor y resultaba harto complicado avanzar a pie por aquel
pasillo de naturaleza que flanqueaba la enorme casa de Adela.
Su madre la esperaba
alrededor de la lumbre, al igual que las otras tres mujeres que
hilaban a su lado, ajenas al frío que aún invadía el cuerpo de la
niña. El olor de la lana era singular, al igual que la sutileza con
la cual las mujeres la trataban. Adela asió un trozo de pan y se
sentó en un oscuro taburete, teñido por el paso del tiempo y el
calor de las llamas. Observaba con curiosidad las manos que lograban
transformar la salvaje lana, en hebras tan finas y delicadas que
hacían volar su imaginación. Miró las suyas, dudando de que alguna
vez alcanzaran el tamaño necesario para poder hilar. Y aunque ella
pensaba que nadie reparaba en sus pensamientos, los ojos de su madre
veían más allá. Así que, sin dejar de conversar con sus vecinas,
hizo un gesto de cabeza que su hija comprendió sin demora alguna.
Adela dejó el pan, se levantó y se acercó a su madre a la espera
de su próxima premisa. Pero para su sorpresa, la sentó en su
regazo, asió sus manos y por primera vez, Adela sintió la magia de
su tacto bajo sus aún diminutos dedos.
Autora: Silvia Ares
Álvarez-Ron (Huesca)
No hay comentarios:
Publicar un comentario