Filandón
Afortunadamente
la tempestad se había detenido y el viento ya no azotaba furioso los
postigos del ventanal. En el regazo acogedor de aquella cocina que no
era sino el corazón del hogar, varios rostros se iluminaban entre
destellos rojos y anaranjados en torno al fuego del brasero. La dama
enlutada, doña Emilia, mascullaba lamentos por la ausencia de
cuantos ya no estaban presentes en aquellas reuniones. El hueco más
grande lo había dejado su difunto marido. Le llamaban Severino el
Cojo. En su juventud, mientras pastoreaba el rebaño, fue atacado por
lobos. La pierna que le arrancaron las bestias acabó reemplazada por
un bastón de madera. Pero aquel trágico episodio no dejó mella en
su bondadoso espíritu. Disfrutaba apasionado de las chanzas, de las
manos hábiles de las señoras con el hilo, la talla masculina de la
madera y la sensación de abrigo al calor de las palabras. Pero todo
eso había terminado. Todo tiene un final. Igual que aquel encuentro,
que concluyó cuando se silenciaron las buenas historias. Los
primeros hombres se irguieron satisfechos, se abrigaron y abandonaron
el bochorno de la estancia para empujar el portón de la entrada. El
ambiente glacial arañó los rostros adormilados mientras la quietud
gobernaba las calles. A sus pies, una espesa nevada ocultaba la
tierra. Y algo más. Alguien había estado escuchando. Unas huellas
en la nieve se alejaban desde la puerta. Señales de una bota derecha
y de un bastón. Asustados entraron de nuevo. La velada no había
terminado.
Autor:
Cristian Martín
Ríos (Castellón
de la Plana)
Me gustaria que la historia continuara......
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