Aracne
Llegó
al pueblo bastante entrado el invierno. Se instaló en la casita que
habían dispuesto para ella, era acogedora, limpia, quizás un poco
fría. No divisó la escuela, le extrañó porque acostumbraba a
estar cerca de su residencia. Mientras acomodaba la ropa, una vecina
se presentó y le comunicó que esa noche en su casa hilarían,
estaba invitada.
Imaginó
mil cosas: ¿Sería tejer? ¿Bordar? ¿A qué llamarían hilar en
pleno siglo XXI? Su mente no paró de idear y acabó haciendo
conjeturas de lo más disparatadas.
Pensó
en llevar algún presente, no tenía tiempo para preparar nada, miró
las maletas y tomó una botella de vino de su tierra ¡Perfecto!
Al
golpear aquella puerta un escalofrío le recorrió la espalda. Entró
y vio a una estancia en penumbra. Los contornos se dibujaban en el
contraluz de las ventanas, la luna llena
iluminaba con su fugaz resplandor una habitación en la que se
adivinaban una decena de personas. Se pusieron en pie, ella creyó
que la saludarían pero algo comenzó a pegarse en su piel, por los
movimientos parecían vomitar sobre ella ¿Qué
estaba sucediendo? Pronto el pánico se apoderó de sus sentidos, no
podía moverse. La botella de vino que ya no sujetaba seguía pegada
a su mano. Sintió cómo la trasladaban y pudo entrever una especie
de almacén lleno de… ¿Crisálidas?
No
eran crisálidas, era el alimento para las crías que estaban por
nacer.
Autora: Mª Isabel
Martínez Montoro (Cartagena)
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