El fuego que nunca
se apaga
Nunca
había visto aquella caja. Recuerdo que, tan pronto empezó a nevar,
mi abuela se levantó, salió de la cocina y regresó con ella debajo
del brazo. No tardé en preguntarle qué contenía. Mi abuela me
contó entonces una historia de la que nunca había oído hablar, una
de sus conseyes que tanto me gustaba escuchar junto al fuego.
Me habló de una
muchacha que se vio sorprendida en el bosque por la peor nevada que
nunca haya caído en el valle de Sajambre. Desorientada en mitad del
temporal, la joven se refugió bajo una roca donde consiguió prender
un pequeño fuego para intentar entrar en calor. Temblando de frío,
sacó del bolsillo una carta de su novio y la leyó una y otra vez
como si buscara en cada palabra escrita en aquel papel el calor que
tanto le faltaba. Apenas había luz, el fuego se apagaba y, con él,
sus esperanzas de volver a ver a su prometido nunca más. La muchacha
hizo entonces un juramento a aquel pequeño fuego: Si continuaba
encendido hasta que consiguieran encontrarla, ella, a cambio, cada
noche que nevara entregaría a las llamas lo que más amaba.
—¿Y
qué pasó?— recuerdo que pregunté.
Mi abuela no dijo nada.
Abrió la caja, sacó una vieja carta de mi abuelo y, cerrando los
ojos, le dio un beso. Con un cariño infinito, como hizo aquella
noche de tormenta de hace ya tantos años, dejo la carta en el fuego.
Me miró con dulzura y sonrió.
Autor: Oscar Royo Royo
(Barcelona)
¡Muy bueno!
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