Nada como la seda
La hilandera Peciña no
alardeaba de su castidad y tampoco se ofendía cuando el resto de
mujeres cuchicheaba por lo bajini si despreciaba, con mucho salero, a
hombres por los que ellas hilarían hasta escocerles los dedos.
Cristina arrojaba al fuego los regalos que le traían y volvía de
nuevo a coger su huso para rematar el ovillo en la devanadera.
Aunque, en realidad,
nunca se armó tanto revuelo entre los presentes como el día en el
que Songo’o llegó a la hilatura, con el pelo enmarañado y la piel
oscurecida por varias generaciones de ojos de cacao y cuerpo de
carbón castaño. Songo’o preguntó por la hilandera ante el
asombro de viejos resabiados y chismosas, que imaginaban un desplante
ejemplar. En cambio, a pesar de que se sabía que Cristina era
contraria a las costumbres del momento, nadie se esperó que aquella
noche gritaran como locos los hierros de su somier solo porque el
invitado de color negro abriera su maleta y dijera: “seda buena,
mejor seda de África Occidental”.
Seudónimo: Miguel Lora
(Zaragoza)
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