La Escuela de Soto
Dicen que la
noche de San Lorenzo, las estrellas fugaces tocan las siluetas de los picos con
su luz y, como si de una varita mágica se tratara, convierten a Soto de
Sajambre en un lugar de cuento, donde los sueños, a fuerza de perseguirlos, se
hacen realidad, como el de Félix de Martino. Allá por el año 1888 embarcó rumbo
a México, dejando atrás las penurias de un pueblo a medio camino de ninguna
parte, un paraíso escondido entre montañas y duendes, el refugio cuasi perfecto
de los dioses si no fuera porque ellos mismos olvidaron donde estaba. Atrás
quedaron las pobres mujeres lavando a la orilla del rio, sorteando el frio y la
nieve y un montón de “rapazucos” como él, sedientos de futuro y pobres de
presente. La fortuna le sonrió y quiso compartir esa sonrisa con sus paisanos
construyendo una nueva carretera, un lavadero, una fábrica de luz, y lo más
importante, una Escuela, la mejor de la provincia, a la que dotó de los más
selectos materiales didácticos de la época con los que pocas escuelas en España
contaban. Al frente, un maestro, elegido de entre los mejores de la Normal de
León, que abrió la puerta del saber y del conocimiento a los niños de esta
escuela que se inauguró en 1907, donde aprendieron a ser dueños de su propio
destino en una tierra de extraordinaria belleza para los ojos y gran dureza
para vivirla. Después vino la guerra y la muerte prematura del mecenas, y el
sueño se fue apagando como una estrella fugaz que hizo brillar a un pueblo y a
sus gentes para terminar desapareciendo entre estas cumbres. Al menos, aún hoy,
perdura su estela.
Sentido homenaje a un benefactor y a un paisaje. Felicidades, Esperanza.
ResponderEliminarMe ha encantado leerlo, es precioso.
ResponderEliminarSaludos,
Maider
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