Finalistas X Concurso de Microrrelatos “El Roblón”

Aquí tenéis los diez relatos finalistas de esta edición, de los que saldrán los dos ganadores. Enhorabuena a los seleccionados y queremos agradecer a todos los que habéis participado con vuestros textos porque hacéis posible este concurso.

Consulta las bases del concurso



 Música espacial

Autora: Olvido Guzmán Pons


Desde el Columbia, Mike Collins acciona el mecanismo de desconexión. El módulo Eagle se separa e inicia la maniobra de alunizaje. Armstrong y Aldrin se alejan dirección al Mar de la Tranquilidad. Solo unos minutos después, Collins percibe un inquietante sonido: woo-woo, woo-woo... escucha en una primera impresión. Recuerda que así lo describió Gene Cernan, de la misión Apollo 10, sólo unos meses antes. Y que el propio Cernan lo atribuyó a meras interferencias de radio.

El rumor, no obstante, se le antoja a Collins cada vez más íntimo, como una voz lejanamente familiar. Sobrevuela el Mar Austral y, a través del ojo de buey, puede ver, en la cara oculta de la luna, la cara visible de su madre. Y oye su voz, que le dice: «Hijo, no llegues tarde». 


Marga

Autor: José Andrés Antón Canto


     Era un martes de noviembre, y hacía mucho frío. No existían en aquel entonces los teléfonos móviles, ni imaginarlos podíamos. Yo me había enamorado como un perro de aquella chica algo inquietante con el pelo ondulado castaño, delgaducha y no demasiado guapa. Se llamaba Marga. Pasaba ella unos días en Bolonia, donde residía su divino novio, un italiano guapísimo con aires de filósofo romántico, y con el que, aseguraba, iba a romper de inmediato. La suponía ya en Madrid de vuelta, y Marga había prometido llamar para narrarme la ruptura y hablar de lo nuestro. Llevaba yo, durante horas, dando vueltas como un tigre enjaulado alrededor de la escueta mesita rectangular de metacrilato que cobijaba mi viejo teléfono negro de dial antiguo; no comía ni bebía, solo daba vueltas, mientras esperaba como un perturbado a que ella se dignara a llamar, sin percatarme siquiera de que mis fatigadas piernas apenas respondían y mi espíritu flaqueaba sumido en la ansiedad.

     Han pasado casi diez años. Se podrán imaginar que me harté de esperar. Ahora tienen una monada de niño de rubios ricitos que se llama Giacomo y parece que es muy listo y profundo, lo mismo que su padre.


 Otra nube

Autor: Alfonso Portabales González

Otra nube. Otra tormenta.

Tan poca cosa. 

Trompetas arriba y tambores abajo. Ambos, demasiado lejos, ya una viruta de sonido en comparación con el silencio ensordecedor de todo el tiempo del mundo. 

Literalmente.

Estamos unos pocos, aquí, esperando. Ni fuimos muy malos, ni muy buenos, imagino, pero casi preferiría el castigo. 

Cuarenta años tuve en la bolita azul. Cuarenta años de nada. Y aquí… A saber. Hasta que se decidan por el fin de todo…, pero imagino que siquiera desearlo ya me hace merecedora de tambores. Mejor dejar que suceda cuando toque.

Hacen falta perspectivas, me dijo la voz. Mirar genera mundo.

Y al principio me hacía gracia.

Banksy en su estudio. Un chimpancé desparasitando al espalda plateada. Un atardecer en Bali. Una ola y otra y otra, todas agua. Al menos, por fin entendí eso. Todas agua. Una tórtola con un palito. Un cachorro enamorándose de su dueño. Otra nube.

En fin.

A todo se acostumbra una. Apuesto que hasta lo echaré de menos, pero ahora… 

Si lo llego a saber, no me… Con lo que siempre odié el silencio.

Imagino que mi hijo estará bien, ahí solo.

Mira.

Otra nube.


Los tiritos de Don Vito

Autor: Luis San José López

Amanece. Hace muchísimo frío. La luz del sol ha dibujado en el suelo de la celda el mismo ventanuco de siempre. Don Vito lo mira, lo ve desplazarse. Espera.

Espera.

No tardarán en venir a buscarlo, como todos los días desde que comenzó el invierno. Lo llevarán a rastras hasta el paredón de los mil agujeros. Don Vito tiembla. No es un santo ni tiene un barreño de agua hirviendo en sus piernas, pero don Vito está tiritando. El sargento ha mandado embutirlo hasta las rodillas en un cubo de cemento para fijar el blanco. No quiere ver a su pelotón quedar otra vez en ridículo. Pero don Vito tiembla con muchísima fuerza, por ahuyentar el frio, por espantar el miedo. Y volverán a suspender la sentencia.

Con los cargadores vacíos, la cabeza hundida y la moral por los suelos, lo llevarán, otra vez, a su celda. El sargento mandará entonces que sigan con las prácticas de tiro hasta el amanecer y don Vito seguirá esperando.

Esperando.

Esperando que llegue el verano, que se acabe aquel maldito «déjà vu» que lo atormenta. Hace muchísimo frío. Un álamo tiembla junto al paredón acribillado. Don Vito espera.

Espera.

Mañana volverán a fusilarlo.


Vigilia

Autora: María Nieves Soria Somolinos

Calma tensa. Ni el viento osaba romper el silencio trayendo murmullos del mar. La luna lucía inmensa en el cielo.

Imposible conciliar el sueño. Acarició a su esposa que pugnaba por contener las lágrimas ¡qué dulce belleza! contempló a su hijo sumido en un pacifico sueño. Una inmensa ternura le embargó. A su mente acudieron otros rostros queridos, provocándole una sensación agridulce. Había orado y abrazado a sus padres. No le sorprendió la firmeza de su madre, era una mujer fuerte y valiente. Un ligero temblor en el abrazo delató la inquietud de su padre, quizá había escuchado los augurios de Casandra… él no.

Noche interminable contemplando la bóveda estrellada. ¿Dónde reside el misterio de las acciones humanas, de sus glorias y debilidades? —Interpeló al firmamento— pero no obtuvo respuesta alguna, silencio infinito.

Al fin el disco solar emergió en el horizonte apagando la oscuridad. Héctor abandonó sus aposentos, despacio, caminó por las calles de la ciudad, observándola con deleite, con ansia, quería grabar en sus retinas cada uno de sus rasgos y perfiles. Cuando atravesó la última puerta de Troya, suspiró hondo, levantó la cabeza y acudió al encuentro de su destino: Aquiles y la leyenda inmortal.

Inquietud

Autor: Pedro Antonio Fernández Moñino

Otra madrugada más del fin de semana se libra en mi cerebro la batalla entre el acoso inevitable del desasosiego y la demanda constante del sueño. Quiero ponerme  a favor del segundo, pero es tan fuerte la alerta que apenas consigo engañarle. Utilizo la táctica de convencerme que, efectivamente, estoy delirando a ratos aunque pronto me doy cuenta que continúo con los ojos de par en par y me encoge la zozobra. Sé que el tiempo corre a mi favor, y lo sé por experiencia. Solo es cuestión de dejarse empujar por la carrera imparable de las manecillas del reloj y asociar su tic tac a una melodía maravillosa. Así la espera es menos angustiosa. Reconozco que la fuerza de la costumbre marca patrones para lidiar el pánico, a mí, sin embargo, me ayuda a inventar nuevos miedos. De repente, comienzo a escuchar la sucesión de sonidos aprendidos que ponen fin a mi congoja: el ruido de un motor, un frenazo, una puerta que se abre, la música a todo trapo, risas, despedidas, los tacones de mi hija por el pasillo y el portazo de su habitación. Casi está amaneciendo y ahora duermo a pierna suelta.


Libertad

Autora: Patricia Collazo González

Cuando llegó junio mi hermana decidió que no saldría de la barriga de mamá. Que hasta que no le pusieran un nombre de niña en lugar del ridículo Mateo con que la llamábamos desde que empezó a dar patadas, y hasta que no desecharan esa absurda ropa que mamá colgaba en el armario y le compraran un vestido con muchos volantes, no contaran con ella.

Nueve meses habíamos esperado y ella que no y que no. Que para eso no nacía.

Mamá se enfadó mucho. ¿Pero qué se cree este niño? ¡Caprichoso desde antes de nacer!, le decía a papá al volver del médico con igual diagnóstico: aún no habría parto. Si desde tan pequeño le consentimos sus caprichos ¿qué ejemplo estamos dando a su hermana mayor?, argumentaba señalándome con el mentón.

Yo, que prefería que Mateo fuera una niña, estaba ansiosa por conocerla. Pero ella se hizo rogar nueve meses más. Entrado marzo, mamá era toda barriga y apenas podía caminar. Recién entonces claudicó y preguntó como al aire… ¿qué nombre os gustaría que le pusiéramos a la niña? Yo aposté por Aitana, papá por María y al final, al día siguiente nació mi hermana. Se llamó Libertad.

Estratoespera

Autor: Marc Bañuls Perez

Cuando iba al colegio, esperaba cada curso a que llegara el verano, excepto en sexto de primaria que esperé a que llegara septiembre para entrar en el instituto y sentirme más mayor. Al empezar el instituto esperaba el fin de semana para salir con mi cuadrilla. Y cuando estaba en 3º de la ESO esperaba el domingo para pasar la tarde con Marta. En Bachillerato me pasé dos cursos esperando la selectividad y después un mes esperando a saber en que universidad me habían admitido. Cada año de la universidad estuve esperando los exámenes, semanas esperando las notas e incluso, a veces, esperaba el tranvía para ir a clase. Cuando terminé la carrera, esperé dos días junto al teléfono para saber el resultado de la entrevista de trabajo. Cada mañana esperaba en la cola de la cafetería de la empresa para coger un café. Esperé casi cinco años para coger aquel avión. En resumen, casi 30 años esperando para cumplir mi sueño. Y aquí estoy, con el traje de astronauta puesto, flotando entre las estrellas con la espectacular esfera azul de la Tierra reflejándose en la visera de mi casco. Llevo 3 días esperando para volver.


Penélope

Autora: Sara Coca

Ella le prometió que no se cortaría la melena. La dejaría crecer como su añoranza por los días que compartieron. Y de tanto evocarlo entre suspiros mudos, aquel cabello que él acarició con sus dedos de nácar crece sin medida. Se vuelven densos y pesados, por lo que el esfuerzo del peinado la agota cada vez más. Así que prefiere pasar los días recostada sobre la cama con su pelo suelto, aunque padezca extrañas pesadillas por las que despierta exhausta y con el cabello sucio. Ensueños lúgubres, repletos de animalillos muertos que aparecen enredados entre sus cabellos al despertar, junto con hojas secas y flores marchitas. 

Cada mañana rescata aves atrapadas entre sus mechones. Ardillas asustadas y camaleones que toman el color de su cabello. Deberías cortártelo, le repiten todos. Pero ella prefiere mirar para otro lado, incapaz de controlar las andanzas de su melena salvaje. Y dormita entre remolinos de pensamientos en los que a veces unos dedos nacarados surgen por fin entre algún mechón lejano.


El paso de las estaciones por el jardín

Autora: Rosalía Guerrero Jordán

Como cada tarde, Noelia sale al jardín con la esperanza de verlo pasar de regreso a casa.

En primavera arregla los macizos de margaritas, y en verano lee a la sombra del almendro. En otoño barre las hojas caídas, y en invierno limpia la nieve del camino. Siempre mirando de reojo la calle, siempre anhelando la sonrisa descarada que le dedica al pasar. 

A veces siente un pequeño riachuelo corriendo entre sus senos, y otras debe apretar el abrigo contra su cuerpo, en un vano intento de retener el calor. Siempre esperando reunir algún día el valor suficiente para invitarle a pasar. Siempre temiendo que acepte la invitación.

Y aunque quizás se está perdiendo otros amores felices, no le importa ver el paso de las estaciones por el jardín. Porque le ama solo a él.

Aunque cada vez le resulta más duro esperarle en el jardín, pues el frío del invierno y el calor estival agudizan la artritis de sus huesos. Además, en los últimos tiempos él apenas pasa por la calle.

Ignora que ayer pasó por última vez. Ni siquiera llegó a ver el coche negro y las flores.

Desde entonces, hasta el sauce parece llorar.


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