Finalistas VII Concurso de Microrrelatos “El Roblón”

Finalizado el VII Concurso de Microrrelatos “El Roblón” con 166 relatos recibidos, el jurado de esta edición, compuesto por Mei Morán, Miguelángel Flores y Antonio Toribios, ha seleccionado como finalistas los siguientes diez relatos, de entre los que saldrán el primer y segundo premio que se entregarán el próximo día 14 de agosto a las 19:30 en la Escuela de Soto de Sajambre.


Consulta las Bases del Concurso





AZUL CIELO, AZUL MAR
Autor: Jorge Jarillo Bahon


El niño desde la atalaya del rompeolas miraba el horizonte donde una gaviota miraba el mar, en el cual un pescador miraba el cielo que en el horizonte se fundía con el mar. El niño miraba un mero que en el mar nadaba, la gaviota buscaba un mero que el mar cruzaba y el pescador buscaba el mero que el niño miraba. La gaviota y el pescador vieron el mero que el niño miraba. El niño vio a la gaviota que el cielo cruzaba para pescar el mero que el pescador anhelaba. El pescador miró a la gaviota que el niño miraba. Niño, pescador y gaviota miraban al mero que el mar cruzaba. La gaviota agachó el pico y cruzó cielo y mar para pescar al mero marcado. El pescador maldijo su suerte, cuando del cielo cayó el mero del pico y en la barca quedo quedó el pescado pescado. El pescador miraba el mero mero que en su poder hallaba, la gaviota miraba al pescador que el mero guardaba. El niño miraba el cielo y el mar. Y el mero que antes nadaba ya no miraba nada.


LLUEVE SOBRE MOJADO
Autora: Mª del Rosario Val 


Su madre no pudo hacer cosa peor que morirse y dejarles a los tres huérfanos. Que su padre les abandonara después, no estaba previsto, tampoco tener que vivir en ese lugar de trasnochada bonhomía. En eso pensaba Pablo cuando vio pasar por delante de su cama una sombra que fue a pararse en la de David… y volvió a su piel un pegajoso escalofrío, un revoltijo de asco, odio, y deseos de volar. Se cansó de implorar que su hermano volviese a su cama cuanto antes. Contiguo a él Miguelín dormía, ajeno a todo. Le miró con los ojos lagrimosos, y por primera vez reparó en que se estaba haciendo mayor. Exhausto de llorar se quedó dormido. Se despertó cuando David volvía ya, de madrugada… 
Apenas un golpe, un leve crujido pero contundente, en la calva redonda con la vara de hierro —llevaba meses  esperando bajo su colchón—-. Quizá fue el sitio, justo en el punto exacto, o ese Dios despistado que ahora se confabulaba con él.
Huyeron de allí los tres. Había jurado que el más pequeño no pasaría por lo mismo. En el suelo una sotana empezaba a teñirse de rojo. 


NIÑO DE BARRO
Autor: Orlando Valle García


Recuerdo haber conversado con el roble y el castaño en los días de libertad, siendo yo un niño, siendo yo vientecillo entre los matorrales, canturreando vigoroso como un gorrión pardusco. Eran los días de horizonte circular, verde frondoso y peñascos sonrientes; eran los campos mí hogar. Mí origen. 
Mis abuelos sabían mirar hacia todas partes, y en todas partes hallaban riqueza. La riqueza inconmensurable de los atardeceres cobrizos.
Recuerdo haberme tintado de grosellas y moras: ser payaso campestre y quebrar el cielo con mis risas; a mis padres en la huerta, llamándome fuerte y claro, con los cestos preñados sobre sus cabezas: papas, judías y berenjenas; ¡Que bonitos rostros color canela!
Recuerdo haber sido niño de tierra y barro. De hojas de higuera y lagartijas correteando entre mis manos; de haber sido indómito a ratitos, pocos. Fui niño de observar, maravillado, el cielo nocturno de los tórridos veranos.
Recuerdo: se desvanecieron el verde, las veredas y los peñascos sonrientes. Las maletas tristes junto al portón sombreado por la parra llorona; el adiós silencioso de los abuelos encorvados. Abandonamos el fluir de los arroyos y las acequias por el ritmo frenético del asfalto y las perturbadoras sirenas de las fábricas sombrías. 


LA EDAD DE LA INOCENCIA
Autora: Trini Pestaña Yáñez


Mamá sigue dormida. Tiene la cabeza sobre el volante. De vez en cuando, le aparto el pelo de la cara, la zarandeo y le grito que arranque de una vez. Pero ella no quiere despertarse. Tengo frío. Incluso mamá debe tener frío, pues antes he notado que estaba helada. Y tengo tanta hambre que me comería hasta un plato de las odiosas lentejas que mamá me obliga a comer. Aunque ya soy mayor para comprender que mamá está enferma. Y que necesita salir a comprar su medicina. Lo que no entiendo es que mamá, en vez de comprar su medicina en la farmacia, tenga que esperar en éste descampado a que el chico de la moto venga a traérsela. Ese chico me da miedo. Por eso no salgo del coche. Cuando mamá le pagó su medicina, oí que el chico le gritaba. Entonces mamá sacó más dinero de su bolso, se lo entregó y volvió al coche. Creo que hoy mamá estaba peor, pues no esperó a llegar a casa y encerrarse en el baño. Abrió la guantera, sacó una jeringa, se apretó el brazo con la goma, se inyectó la medicina que le trajo el chico y se durmió.

EN UN REINO MUY LEJANO
Autor: Manuel Pérez Recio 


–¿Y el periódico dice algo de tu padre, Miguelín?
–No. Solo habla de los muertos en la batalla de Madrid. Pone que son miles, de uno y otro bando... Mi madre dice que pronto acabará todo.
–¡Jo, a ver si es verdad! Del mío hace tiempo que no sabemos nada. Ni de mi hermano, que acudió a las Majadas hace ya dos semanas para vigilar el Puente de los suspiros.
–Como mi tío, que está en el frente desde abril, con el padre de Felisa y el Molinero. Espero que todos estén bien. 
–La verdad es que el tuyo tuvo una suerte... Ya me hubiera gustado a mí que me mandaran a una misión secreta a Persia para rescatar a esa princesa... ¿Cómo dices que se llama?
–Sherezade, o algo así. En sus cartas, mi padre dice que es una mujer muy hermosa, y lista como ninguna… Ahora están acampados en un bosque que hay frente al castillo donde la tiene cautiva el Sultán, junto a un río de aguas poco profundas y tan cristalinas que los barbos se pueden coger con la mano.  
–Si te envía otra carta, ¿nos la leerás?
–Pues claro que sí, Josete, claro que sí...


LA FUENTE  DE LOS PECES
Autora: Eva María Baos Ruiz 


 Un día, cuando estábamos en primaria, fuimos de excursión a La fuente de los peces. Había que atravesar el núcleo antiguo del pueblo para llegar. Por el camino íbamos jugando y riendo, y empujando por turnos la sillita de ruedas de Hugo. 
Al llegar, nos sorprendió encontrar un estanque con peces de diferentes colores y medidas. Justo al lado, estaba el río, y más allá, los lavaderos. 
Hugo era un enamorado de los peces y prefirió quedarse mirando el ir y venir de los que vivían en aquellas aguas. Los demás jugamos un rato a lavar la ropa y esperamos a que se secara al sol mientras almorzábamos. 
Preguntamos por Hugo al volver. Las maestras nos explicaron que Hugo había entrado en el río, se había ido nadando diciendo que quería ser pez. Nadie se preocupó por él porque era buen nadador. Más tarde, viendo que era la hora de regresar y no volvía, llamamos a sus padres. 
La madre arrojó unas migas de pan al agua al tiempo que gritaba su nombre. Finalmente, su padre lo atrapó con unas redes. Estuvo castigado unos días, pero en cuanto tuvo ocasión, volvió a desaparecer en el río. 

UN SECRETO BIEN ATADO
Autor: Juan Antonio Morán Sanroman


Mi hermana y yo compartíamos un amigo imaginario del que nunca hablábamos con nadie. Se llamaba Samir o algo así, ya que apenas le entendíamos. Aparecía siempre en el descansillo de arriba, sin decir nada. Entonces subíamos al desván a jugar con él, porque se negaba a bajar la escalera. Decía que si lo hacía podía desaparecer. Tenía los ojos negros, era tímido y jugaba bien al ajedrez. No se me olvidará nunca el día que nos enseñó, a Emma y a mí, a atarnos los cordones de los zapatos. Le llamábamos el nudo Samir, y luego lo usábamos para todo lo que hubiera que atar. Sus padres, que también eran imaginarios, parecían muy serios. El hombre tenía la cabeza vendada y la mujer lloraba todo el rato. Salvo cuando venían los soldados. Solían aparecer temprano,
aporreando la puerta. Amenazaban con detener a todos aquellos que escondieran a desconocidos. Mis padres decían que no sabían nada; pero ellos entraban, y abrían todo lo que tuviera cerradura, y revisaban hasta la buhardilla, desatando cada saco y examinando cada caja, y miraban por todas partes y no encontraban a nadie... Y era cuando mi hermana y yo comprobábamos que eran imaginaciones nuestras.


EL FRÍO
Autor: Rafa Heredero García


Mamá se presentó en casa de improviso una madrugada en la que jamás he sentido tanto frío. Mi hermano pequeño ni se acordaba de ella y no dijo nada al verla entrar en nuestra habitación; a él le alborotó el pelo con cariño y a mí me sonrió igual que hacía cuando vivíamos todos juntos, pero me quedé tan sorprendido que tampoco pude levantarme de la cama. Nuestro perro no dejaba de enredar, feliz entre sus piernas, como si no hubieran pasado cinco años desde que tuvo aquel accidente de tráfico. Papá apareció llorando y muy asustado detrás de ella. Nos dijo que era un descuido, un descuido, nada más, repitió, que lo perdonásemos, y cuando dejó de llorar al ver cómo mamá nos abrazaba para darnos calor, en la casa solo se oía desde la cocina el siseo de la espita del gas que él debía haber olvidado apagar antes de irse a dormir.


NIÑAS DESTRENZADAS
Autora: Gelines del Blanco Tejerina


Ahora que siento aliento en la nuca, nieve en la sien y bruma en la frente, juego a mecer mis ocho décadas, mientras practico un ritual de retorno al origen. Con la yema del índice, recorro la cicatriz que me atraviesa la mano y la vida. Paseo la piel satinada, desviviendo hasta los ocho años, y ahí me detengo: Escucho rizos, sol descalzo, pies sin suelo, risas con eco, lazos sin trenza, besos abuelos, manitas salpicando agua de romero, cerezas palpitando en la rama y en la boca. Mañanas de membrillo y noches solo noches, noches niñas, niñas dormidas.

Me encanta revivir la niñez de mi amita.

De la mía, olvido el colchón compartido con madre, hambriento de lana y cama. El filo del agua recién parida cortándome el sueño y la piel, sabañones pujando barreños de humeantes baños ajenos. Olvido el grito de mi mano bajo una plancha preñada de brasas, reclamando atención, recordándome que mi infancia nació muerta, asfixiada por varias generaciones de pobreza alrededor del cuello. Prohibido reír risas ajenas.

Obedecí durante siglos, pero ahora, me permito viajar este mapa de piel gastada, hasta llegar a la niña. Removiendo rescoldos imposibles de apagar, de una infancia casi mía.



CAZA DE ÁNGELES
Autora: Erica Schuhmayer


  Y… Jugaban a la rayuela, blancos, colorados, negros, chocolates.

Divertido, trataba de cazar mariposas que se filtraban por un colador lleno de agujeros, reía porqué sí, como un salvaje. Adam inyectaba su jeringa con agua en la panza de una lagartija. Sergio fabricaba anillos destripando bichitos de luz. Don Manuel, el abuelo, encorvado de cara al suelo, hundía sus manos en el cantero. Saltaba a la soga Marta, deshojaba margaritas Rosa, Norma  espiaba los cara-seca de figuritas y tú muy loca, muy loca, bailabas sin cesar. 
Ya era tarde, la luz jugaba con las sombras a la mancha. 
Como en un ritual, nos sentamos todos en ronda alrededor del fuego, colocando patatas en el centro de la lumbre. 
Siendo noche, de rodillas al borde de la charca, trataba de capturar ángeles con mi colador agujereado, pescando sólo unos renacuajos saltarines.
Tú ingresaste al huerto a buscar granadas en la oscuridad, dejándome muy sólo en el intento. 
Seguí retozando con los ángeles de mi imaginación. Te atrapo, te sujeto, te apreso. ¡De pronto allí estaban! Los tuve, los cacé… 
Cuando regresaste, te lo conté. Más tú…, no me creíste.   
             
  Y… Jugaban a la escondida, blancos, colorados, negros, chocolates.



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