VIENTO DEL SUR


Yolanda Nava Miguelez

Mi vocación de árbol fue temprana. Surgió al sentir la llamada que hadas, gnomos y demás criaturas fantásticas hacían llegar hasta mi cuarto, gritando mi nombre, cuando soplaba viento del norte.
La transformación fue lenta. Tuve que tomar mucha savia y soportar los escozores de los primeros brotes que rompieron debajo de mis axilas e ingles, y cuando los dedos de mis pies se tornaron raíces, fue penoso caminar hasta encontrar mi sitio. 
Ahora tengo todo lo que un buen árbol puede desear: albergo una familia de ardillas, poseo dos nidos y luzco -tatuado en mi tronco- el corazón de dos elfos enamorados.
Sólo hay una fisura en mi felicidad. Cuando sopla viento del sur mis ramas se estremecen con las voces que este trae desde la casa de la colina y, un escalofrío encoge mi corazón de madera al escucharlas gritar angustiadas mi antiguo nombre. 

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