MELTING POT


María Fraile

   Tengo el ficus del salón lleno de elfos, minúsculos y verdes como pulgones. Se trata de una familia, bastante numerosa, por cierto, que vivía en el bosque anexo a la zona residencial antes de que llegaran los de la promotora. Yo no puedo quejarme, a los alemanes del tercero les ha tocado un joven unicornio que tiene hartos a los del segundo con tanto trote por los pasillos. Y luego el dichoso cuerno, que es un peligro. 
En las reuniones de la mancomunidad se ha decidido no informar a nadie de la existencia de estas criaturas, al fin y al cabo el bosque milenario, que arrasaron en tres mañanas para construir nuestras viviendas ecosostenibles, era su hogar. Muchos murieron bajo la maquinaria o durante el éxodo y algunos deprimen, melancólicos frente a la tele. Otros, como el cíclope o la ninfa, han encontrado un trabajillo y hay quien como la hija de mis elfos, ha decidido dejar el ficus familiar y se ha mudado, sola, a la macetita de la entrada –Es otra cultura –  le digo al padre elfo durante el aperitivo –Y no todo es negativo, ya verás cuando en invierno enciendan la calefacción central. –  

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