lunes, 7 de julio de 2014

EL OYENTE

José Andrés Antón Canto

Aquel hombre ya mayor, vestido de negro, con los lustrosos zapatos también oscuros, había tomado asiento en la soledad de uno de los bancos de madera al fondo de la entelada y vetusta Sala de Reuniones. Antes de entrar, tras descender con cierta torpeza del modesto carruaje, los mendigos y los desarrapados muchachos se habían mofado de su aspecto sin misericordia.

Asistió impertérrito a la asamblea que debía acordar esa misma mañana el voto afirmativo o denegatorio al suministro de bienes, fondos y personas, de consuno con los otros Concejos de la comarca, para el abastecimiento de la ansiada guerra contra la odiada Inglaterra.

Poco antes de acabar la reunión, el forastero la abandonó con sigilo. Una mueca de satisfacción podía adivinarse en su rostro enfermo mientras los chicos redoblaban sus crueles chanzas. El cochero atizó con violencia a los caballos dejando una espesa estela de polvo en su apresurada marcha.

Mas retornemos a la Casa del Concejo. Levantada ya la sesión, sin apenas poder incorporarse de la silla, le temblaba todo el cuerpo al anciano Secretario. Solo él, hombre muy viajado y de vasta cultura, pareció haber reconocido en aquel oyente enigmático al rey Felipe de España.

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