lunes, 7 de julio de 2014

EL CONCEJO DEL AÑO

José Manuel Gómez Vega

Una Marzo pizpireta se puso en pie para recibir el bastón de mayordomo de manos del escuálido Febrero. Los meses se sentaban sobre doce piedras milenarias colocadas en círculo al pie del campanario del año. Siempre era igual, tras las tres campanadas de Marzo, el concejo se dividía entre quienes pedían alargar el invierno y quienes pedían adelantar la primavera. Por eso Marzo era tan impredecible: un día podía decretar una helada a petición de la vieja Diciembre, y al día siguiente calorcito a propuesta de Agosto. (Por cierto, la proximidad de éste a Julio era fuente constante de habladurías, porque la mitad de los concejos compartían manta maragata y la otra mitad se aplicaban uno al otro cremas bronceadoras).

Aquellos concejos, celebrados cada primero de mes, mantenían al año unido. Unas veces cedían unos y otras otros: ése era el espíritu. Además, cada mayordomo debía ofrecer un convite y contar una historia, algo siempre bienvenido. Marzo se había presentado este año con doce pomelos que dijo fortalecían el sistema inmunológico, y había repetido la historia de unas abejas aventureras. A este respecto el consenso era unánime: el misterioso Noviembre, con sus castañas asadas e historias de fantasmas, resultaba insuperable.

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