jueves, 4 de julio de 2013

Relato nº 33





El fuego que nunca se apaga

Nunca había visto aquella caja. Recuerdo que, tan pronto empezó a nevar, mi abuela se levantó, salió de la cocina y regresó con ella debajo del brazo. No tardé en preguntarle qué contenía. Mi abuela me contó entonces una historia de la que nunca había oído hablar, una de sus conseyes que tanto me gustaba escuchar junto al fuego.
Me habló de una muchacha que se vio sorprendida en el bosque por la peor nevada que nunca haya caído en el valle de Sajambre. Desorientada en mitad del temporal, la joven se refugió bajo una roca donde consiguió prender un pequeño fuego para intentar entrar en calor. Temblando de frío, sacó del bolsillo una carta de su novio y la leyó una y otra vez como si buscara en cada palabra escrita en aquel papel el calor que tanto le faltaba. Apenas había luz, el fuego se apagaba y, con él, sus esperanzas de volver a ver a su prometido nunca más. La muchacha hizo entonces un juramento a aquel pequeño fuego: Si continuaba encendido hasta que consiguieran encontrarla, ella, a cambio, cada noche que nevara entregaría a las llamas lo que más amaba.
¿Y qué pasó?— recuerdo que pregunté.
Mi abuela no dijo nada. Abrió la caja, sacó una vieja carta de mi abuelo y, cerrando los ojos, le dio un beso. Con un cariño infinito, como hizo aquella noche de tormenta de hace ya tantos años, dejo la carta en el fuego. Me miró con dulzura y sonrió.


Autor: Oscar Royo Royo (Barcelona)

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